jueves, 24 de septiembre de 2009

LA REINA DE SABA

He aquí una leyenda de la que todos alguna vez hemos oído algo, aunque solo sea por Indiana Jones, dando brincos por el desierto con su inseparable sombrero y látigo al cinto, en una de sus películas, concretamente en la titulada “Indiana Jones en busca del Arca perdida”.

Esta es su leyenda y la de la Reina de Saba, el Rey Salomón y el Arca de la Alianza, espero que os guste:

El Kebra Nagast inicia sus páginas con una pequeña introducción sobre Adán y sus descendientes, la alianza de Dios con Abraham y la Gloria de Sión. Las siguientes páginas nos introducen en la historia de Makeda, reina del Sur o reina de Saba, y de Salomón,, rey de Jerusalén.

Así nos relata cómo el rey Salomón, en su deseo de construir un gran templo para gloria de Dios, mandó mensajes en las cuatro direcciones para que todos los comerciantes le trajeran oro y plata. A raíz del sugerente llamamiento, un comerciante etíope, Tamrim, entró en contacto con el reino de Salomón y a su regreso a Aksum le relató a su soberana, la reina Makeda, la grandeza y sabiduría del bíblico monarca. La reina Makeda ardió en deseos de conocer Jerusalén y a su ilustre monarca. Con tal fin, organizó una caravana que, partiendo de Aksum, llegó a Jerusalén con 797 camellos cargados de obsequios ( el 7 y el 9 son dos números “mágicos” en muchas culturas). Como era de esperar, la exótica pomposidad de la reina de Saba fue acogida con gran generosidad por el rey Salomón cuya sabiduría y fe en su Dios hizo que la reina aprendiera el arte de gobernar y renunciara a sus creencias paganas a favor del Dios único.

Por su parte, el gran monarca quedó prendado de la gracia y belleza de Makeda, que, ante la proximidad de su partida, le tendió una trampa para seducirla. El astuto Salomón organizó en su palacio un gran banquete en honor de la ilustre huésped, en el que se sirvieron platos muy salados y picantes sin ofrecerle en ningún momento las correspondientes y adecuadas jarras de agua. Finalizado el exquisito y sediento ágape, el monarca invitó a la reina a pasar la noche en su palacio, a lo que Makeda aceptó. Sin embargo, Makeda, que era virgen, viendo las reales intenciones, le puso a Salomón una única condición: aceptaba siempre que él prometiera no tomar nada de ella sin su expresa voluntad. El soberano asintió, pero también expuso una condición: Makeda no podría tomar nada de palacio sin su permiso, si esto sucedía el pacto entre ambos se rompería invalidando su promesa.

Salomón ordenó que se preparasen dos camas separadas por un lienzo transparente y dispuso a su lado unas jarras de agua de tal forma que Makeda las pudiera ver. Makeda durmió un poco, pero despertó acuciada por una terrible sed y al observar las jarras de agua penetró en la estancia del monarca e intentó beber. Salomón que había esperado el momento, la interrumpió recodándole que si bebía su promesa quedaba rota, ya que estaba tomando algo suyo sin su permiso. La sed de Makeda fue tan irresistible que no dudó en beber, sin tener el consentimiento de Salomón. Con ello, el pacto entre ambos se deshizo. Salomón la llevó a su real lecho y allí yacieron juntos.

La reina de Saba regresó a Etiopía y de su unión con Salomón nació un hijo: Menelik, y con él se inició la dinastía salomónica etíope. Menelik es una deformación de Ben Malek (hebreo) o Ibn Malik (árabe). Ambas palabras significan “hijo de rey”. Bayna-Lehkem (hijo del hombre sabio) fue el nombre que Makeda dio a su hijo.

Posteriormente, otro hecho trascendental tuvo lugar y quedó grabado para siempre en la conciencia religiosa y nacional de la Etiopía cristiana: la visita de Menelik a Jerusalén. La tradición narra cómo el tiempo, el ya joven Menelik, deseó regresar a Jerusalén y conocer a su padre. Menelik partió de Aksum llevando consigo un anillo que Salomón le había entregado a su madre para acreditar su persona. Al presentarse ante su padre, éste lo reconoció al instante como hijo suyo y lo ungió rey de Etiopía con el nombre de David II.

Salomón le había prometido a Makeda los flecos o un trozo del manto que cubría la Arca de la Alianza, por lo que Menelik se lo solicitó al desear regresar a su casa. Salomón no sólo accedió, sino que además convocó a los altos dignatarios de su reino ordenándoles que sus primogénitos acompañaran a su hijo en su regreso a Etiopía. Se relata que Azarías, primogénito de Zadok, alto dignatario religioso, e integrante por tanto de la comitiva que debía acompañar a Menelik, tomó la verdadera Arca de la Alianza depositada en el Templo de Jerusalén, reemplazándola por una copia. Otras versiones nos hablan de un error; pero ya fuera por error o por robo, la comitiva partió de Jerusalén llevando consigo la verdadera Arca de la Alianza, -la Arca de Dios, el Tabernáculo de la Ley, la Arca del Testimonio-. Al descubrir el engaño, Salomón salió en su persecución, pero no logró alcanzarlos porque milagrosamente la comitiva de Menelik cubría sorprendentes distancias cada día. En ello Salomón vio un designio de Dios y regresó a Jerusalén.

El pueblo etíope pasaba a ser el depositario de la Arca de la Alianza, el pueblo Elegido por Dios. Los monarcas descendientes de Menelik I, primogénito del Rey Salomón, serán los Neguse Nagaste, Señor de los Señores, Emperadores de Etiopía, Conquistadores del León dela Tribu de Judá. Elegidos de Dios y Luces del Universo. (20)

En la actualidad, la Arca de la Alianza, enigmático cofre conteniendo las Tabals de la Ley de Dios, se encuentra depositada en la catedral de Nuestra Señora de Sión en Aksum. Nadie, ni los mismísimos reyes, han podido penetrar en este santasanctórum, sólo un monje guardián se encarga de su custodia y antes de morir designa a su sucesor. Según la tradición, si alguien osa penetrar en el sagrado recinto, la Arca se tornará invisible y descargará sobre él todo su poder.

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